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Conciliación

Si pusiéramos a hombres directivos a pasar un día cualquiera tratando de conciliar vida familiar y trabajo, al final de la jornada pensarían que no sólo es imposible conciliar ambas facetas, sino que además no hay dinero que lo pague

Me han mandado por whatsapp un estudio que acredita por qué las mujeres españolas con puestos de responsabilidad detectan más desigualdad de género que hace un año. Es decir, por qué detectan más desigualdad salarial, más dificultades para la conciliación, y menos reconocimiento en sus tareas.

Yo creo que es una cuestión de enfoque: es imposible valorar o apreciar aquello que no se conoce. Es como si te tapan los ojos, te dan un bastón, y te piden que cruces un semáforo: sólo entonces aprecias lo difícil que es vivir siendo ciego. Creo que si hiciéramos el experimento de poner a hombres, también directivos, a pasar un día cualquiera, por ejemplo tratando de conciliar vida familiar y trabajo, al final de la jornada pensarían que no sólo es imposible conciliar ambas facetas, sino que además no hay dinero que lo pague. En el experimento incluiría también a mujeres solteras jóvenes, más que nada para que se llevasen un guantazo de realidad antes de que fuera demasiado tarde.

Tomaría, por ejemplo, mi lunes pasado, que no había colegio y decidí quedarme en casa trabajando. El experimento en realidad empezaría la noche anterior, cuando les dije a los tres que al día siguiente, aunque no había cole, yo sí que trabajaba, así que era muy importante que me dejaran trabajar y que no alborotaran, porque ya sabéis que blablablá, en fin, lo normal.

La primera prueba consistiría en madrugar para aprovechar esas horas de sueño infantiles, que cunden infinito. El que haya vivido una crisis de histeria por imposibilidad material de sentarse al ordenador y concentrarse mínimamente, entiende por qué quienes concilian aprovechan las horas de la noche. Realmente, la falta de sueño es la única dificultad de esta prueba, así que esta primera fase del experimento, yo creo que la pasarían todos los aspirantes. Es fácil.

La siguiente prueba consistiría en cortar cuando estabas hiperconcentrado, para hacer desayunos, revisar camas hechas y atuendos elegidos, y volver por donde ibas, sin perder el hilo, dos horas más tarde. Esta ya es más difícil. Aquí puntuaría muy positivamente si, una vez que han vuelto a sus tareas profesionales, a mitad de conversación telefónica, mantuviesen la calma cuando entrara Antonio a chivarse de alguna hermana. Creo que en esta prueba caerían un porcentaje elevado de aspirantes, dado que muy pocos conseguirían dominarse y no pegarle un berrido al niño. Yo he de confesar que me sentí una domadora de circo cuando Antonio, a mi señal, volvió sobre sus pasos y esperó fuera a que yo abriera la puerta, al terminar de hablar.

A continuación, les pediría que acudieran puntuales, a la hora de la siesta (hora santa para dejar a los niños) a mi cita con mi amiga Carmen, una jueza a la que quería consultar un asunto. Obviamente, a la cita hay que llevar toda la documentación del caso y la mente despejada para poder trillarlo. En realidad, la prueba no es tanto ir a la cita, sino volver a casa y encontrar a Cristina y a Antonio esperándome con la fábrica de galletas en la mesa de la cocina, impacientes, para que hiciera galletas con ellos. Bueno, esta prueba no la pasa casi nadie.

Sólo los que hayan llegado a esta hora de la tarde, quedando aún por delante varias horas de jornada, sin haberse puesto en modo dragón, y tengan todavía humor para ponerse a hacer la masa de las galletas, pueden apreciar el valor de conciliar y al mismo tiempo rendir en el trabajo. Así, de paso, podrán morirse de la risa cuando Cristina pregunte muy seria si el pellizco de sal que falta es de monja o más gordo. Y es que sólo quien concilia puede ver el valor de la conciliación.

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